La visión que tienen, de Rafael Correa, sus aliados ideológicos
La concepción humanista de la historia
reconoce el papel de los sujetos en los distintos procesos de transformación
social. Los marxistas, sin embargo, apuntan a las masas como la entidad capaz
de producir los verdaderos cambios sociales. Habría que preguntarse si Pericles
(495 a.C. – 429 a.C.) representaba el postulado que emplea la izquierda para rotular
a un ser humano como excepcional.
Un gran hombre lo es
no porque sus particularidades individuales impriman una fisonomía individual a
los grandes acontecimientos históricos, sino porque está dotado de
particularidades que le convierten en el individuo más capaz de servir a las
grandes necesidades sociales de su época (Pléjanov, 1963: 18).
Lo innegable es que, en el siglo V a.C.,
Pericles delineó la base de una sólida práctica democrática en Atenas. Por
ello, en su famoso Discurso fúnebre,
pronunciado en el 431 a.C. dice: “Tenemos un régimen político que no emula las
leyes de otros pueblos y, más que imitadores de los demás, somos un modelo a
seguir. Su nombre, debido a que el gobierno no depende de unos pocos sino de la
mayoría, es democracia (Tucídides, II-VII)”. Su modo de hacer política fue
excepcional. Por ello, cabría preguntarse si en Ecuador, una realidad tan
distante, geográfica y temporalmente; existen las condiciones constitutivas de
la democracia que expuso el célebre político ateniense.
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Es necesario comenzar por uno de los credos
de los cuales se sentía orgulloso Pericles: el valor de la palabra. En Atenas,
se debatían públicamente todos los asuntos. Esa era la metodología para que
emergiera el pensamiento racional y conducirse a la acción. El propio Pericles
decía: “en nuestra opinión, no son las palabras lo que supone un perjuicio para
la acción, sino el no informarse por medio de la palabra antes de proceder a lo
necesario mediante la acción (Tucídides, II-VII)”.
Es importante señalar que el
pensamiento griego suele caracterizarse por su dicotomía, por lo que palabra y
acción se comprenden como conceptos separados. Con el debate, se podía impedir
la concreción de ciertos actos y, además, evitar el peso de la predestinación o
la protección divina a ciertas y determinadas empresas.
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Pero,
más allá de la habilidad discursiva de los atenienses, lo cierto es que se
demandaba del individuo estar bien informado para que su exposición fuese
fructífera. En tanto, veintiséis siglos después, el presidente ecuatoriano,
Rafael Correa, suele mostrarse bastante reacio al diálogo. Demanda de los
individuos una unanimidad que anula el debate público. Una vez que identifica a
quien no coindice con sus postulados, enfila la artillería comunicacional del
gobierno en su contra. Así lo reportó la Relatoría Especial para la Libertad de
Expresión en su Informe Anual 2009, cuando señaló que
de manera frecuente, el
Presidente dedica cerca de una hora de
su espacio televisivo semanal para descalificar duramente a la prensa, y tildarla,
en diversas oportunidades, de ser ‘conspirador[a]’, ‘corrupta’,
‘desestabilizador[a]’, ‘irresponsable’ y ‘mentirosa’. De la misma forma, habría
invitado a la ciudadanía a no comprar los periódicos y amenazado públicamente
con emprender acciones judiciales contra algunos medios y periodistas críticos
de su gobierno (CIDH, 2009)
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También Leonor Arfuch (2002) remite a los postulados de Mijaíl
Bajtín sobre el hombre como un sujeto lingüístico. El filósofo ruso plantea un ser
que se construye y está revestido de la otredad del lenguaje. Por lo tanto, en
la voz de un entrevistador, emergen las voces que asume por su rol social, pero
también están las otras voces, las que lo han conformado. Cuando el periodista
intenta aprehender la realidad, lo hace desde postulados y verdades que, a
veces, cree originales. Lo cierto es que son creencias pre-existentes a las que
ha dado su carga afectiva e izado como banderas personales.
Sin embargo, ese intercambio de preguntas y respuestas no es una
mera transacción de información. García Márquez llegaba a compararla con un
acto amatorio, que será memorable si quienes participan son cómplices. Lo que
indica esta analogía es la necesidad de crear vínculos, sin olvidar que el
periodista representa y trabaja para el público, para develar verdades, en un
clima de respeto y cordialidad.
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En toda entrevista existen zonas de fricción. Junto a la
intimidación por el poder del periodista y del público, están intereses y
objetivos divergentes, por principio. Pero las relaciones interpersonales de
respeto deben primar sobre el periodista redentor, que acorrala a su invitado y
lo despoja de sus secretos. Toda persona reclama para sí una imagen ante la
sociedad, que incluye no ser avasallado y recibir consideraciones por la
prestancia de sus acciones o saberes.
En la teoría de las intersubjetividades,
Alfred Schutz plantea que lo cotidiano no es un coto privado sino un mundo
intersubjetivo. Así, los espacios informativos deben promover ese patrimonio
común. No importa qué tan dispares sean las experiencias de vida, hay que
mostrar interés y hacer sentir agradable al otro. Según Arfuch (2002: 155), hallar
ese sustrato compartido “es capaz de anudar, a su vez, el afecto y la
confianza”. Entonces, cuando se tienden puentes, se refuerza el sentido
etimológico de comunicar: poner en común.
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Las
historias que circulan en los medios de comunicación no son propiedad de quienes
las cuentan. Son un patrimonio común, un relato grupal que se construye y
reconstruye. Por lo tanto, en el modo de comprender el mundo, hay un concierto
de voces que han sido asimiladas por cada individuo. El ser humano es en tanto
lenguaje y el hecho lingüístico solo tiene sentido cuando es puesto en común.
Entonces, el otro es imprescindible para edificar, consolidar, replantear y
comprender los nexos entre el individuo y su contexto. Por eso, en cada entrevista,
se activan mecanismos de gozo y necesidad, semejantes a cuando alguien dice:
“Había una vez…”
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