La censura no es una práctica nueva en el mundo. Quien hace de censor
intenta siempre silenciar otras voces que puedan discrepar o poner en
entredicho un único discurso, casi siempre cercano a algún tipo de
poder.
Existen rasgos comunes entre los países del mundo en los que se
vive el mayor clima de represión de las libertades de expresión e
información. Un atributo que comparten todos estos territorios es cierta
tendencia al autoritarismo del gobierno. Casi siempre, los autócratas
quieren perpetuarse en el poder. La gama de recursos para abortar
cualquier ejercicio democrático de alternabilidad es amplia. Incluye
monarquías, dinastías familiares, golpes de Estado, elecciones
fraudulentas o alguna combinación de lo anterior. ¿Qué es lo que asusta a
quienes detentan el poder?
Lo primero es el debate sobre la legitimidad
del liderazgo que ejercen. Este suele ser el elemento medular para
acallar a la prensa. Como la función central del periodismo es escrutar y
mostrar qué sucede en la realidad, este segmento del mundo objetivo no
debe mostrarse. Caso contrario, por ejemplo, saltarían los casos de
corrupción, el control del poder ejecutivo sobre el resto de poderes, la
discrecionalidad en la aplicación de la justicia y los fraudes
electorales que, con un supuesto ejercicio democrático, validan el
desmembramiento de todo lo que es consustancial a la democracia.
Asimismo, con raras excepciones que confirman la regla, los países que
no transparentan su información suelen tener también los menores índices
de desarrollo económico. De acuerdo a mediciones del Comité de
Protección a Periodistas, de los diez países más represivos con sus
periodistas, ocho tienen un ingreso per cápita que es la mitad, o menor,
al ingreso per cápita global. Pero, incluso, en los que poseen elevados
niveles de riqueza, es notoria la diferencia entre el nivel de vida de
los dirigentes enquistados en el poder y los gobernados. Baste ver a la
casa real de Arabia Saudita y a los más pobres en esa nación árabe.
Pero
lo más llamativo es que, en todos los casos, estos Estados se guardan
para sí el derecho de decidir qué información deben conocer sus
ciudadanos y qué información no. Es una suerte de Estado-papá que,
citando un bien común bastante esquivo, procede a desinformar o
subinformar a la población.
Por eso, en palabras de la escritora Nadine
Gordimer: En los países donde la represión prevalece, el escritor no
debe censurarse a sí mismo ni darse por vencido, es doloroso, pero hay
dos maneras de hacerlo: hay cosas que escribes y guardas en un cajón
porque la censura no va a durar eternamente o publicas el libro en algún
otro lugar para que el mundo exterior pueda leerlo y entonces regresar,
como siempre sucede, para que tu pueblo finalmente lo conozca. Así que
puedes hacer eso o encuentras maneras de escribir sobre el tema de un
modo en el que, con suerte, puedes evitar la censura. En otras palabras:
lo disfrazas.
Y así es y ha sido. Hay quienes
enfrentarán la censura con altura, con ingenio. Otros lo harán con el
silencio que ella clama para sí.
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