Le debemos mucho a los griegos de la antigüedad clásica. Sin embargo,
el pensamiento dicotómico, ese que reduce todo a dos polos excluyentes y
contrapuestos, es una de las herencias que, lo deseemos o no, nos pasa
factura. Por ello, no es extraño, que la primera de nuestra
calificaciones sobre algo es que es bueno o, caso contrario, en su
antípoda, resultará malo. Pero esto no se aplica a todas las realidades
como la pobreza, la riqueza, el éxito, el fracaso. ¿Se pueden explicar
estos fenómenos solamente como buenos o malos?
Un niño, por ejemplo,
puede hacer su tarea de matemáticas a conciencia, paso por paso, pero
equivoca uno resultado y, el producto final, está errado. ¿Fracasó en su
tarea? ¿Tiene derecho a sentirse frustrado si, después de tanto
esfuerzo, no obtuvo el reconocimiento anhelado? Ese error cometido no lo
hace un mal estudiante. El problema está en concentrarse únicamente en
el resultado y en la calificación obtenida, como si la nota fuera un fin
en sí misma.
Tiene derecho a sentirse molesto, pero una de las
destrezas esenciales para la vida es aprender a manejar la frustración.
La vida no es justa. Es una realidad con la que todos tenemos que vivir.
Es posible que algún compañerito, con menos tiempo, haya acertado o,
incluso, otros, que copiaron el deber, pudieron recibir una mejor
calificación. Todo eso puede molestar y es orgánico sentir algo de
desasosiego, pero ello no justifica lanzar todo por la borda y no volver
a intentarlo.
El fracaso aparente en esta tarea, debe traducirse en una
nueva posibilidad. Si el niño revisa el proceso del ejercicio de
matemáticas, es muy probable que halle en qué se equivocó. Con este
conocimiento de causa, su desempeño futuro será mejor. Sin embargo, el
mayor de los premios no estará en la calificación ascendente ni en las
palmaditas en la espalda de sus orgullosos padres.
Lo realmente
importante es que, en su fuero interno, el niño sienta que ha obrado
bien. Las más importantes obras se hacen en silencio, lejos de la
algarabía de los aplausos. Las madres que cuidan a sus pequeños
enfermos, el que sostiene la mano de un moribundo en un hospital, el que
da un poco de agua a un animal sediento… Ninguno recibirá una ovación
cerrada por tan nobles acciones, aunque todas, sin excepción, merezcan
aplausos de complacencia.
Entonces, nuestras metas y el modo en que nos
realicemos no estarán supeditadas a los acontecimientos que nos rodean.
Estos eventos serán solo un escenario y un recurso para corregir el
rumbo hacia la meta esperada. Si queremos ser personas de éxito (cada
quién sabe qué significa eso para él o para ella) tenemos que
prepararnos para fracasar muchas veces. Es inevitable. Pero el fracaso
no es bueno ni malo, todo depende de cómo decidas enfrentar la vida a
través del aprendizaje y de la sabiduría.
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