martes, 11 de agosto de 2015

El encanto de la desobediencia






por Nivaldo Machín de la Noval



Establecer una ley no siempre se compadece con el concepto de la justicia. Muchísimas coyunturas pueden favorecer o torpedear el establecimientos de cuerpos legales, más allá de si son justos o no. ¿Cómo es eso? ¿Algo legal no debe ser, en principio, justo? 



Existen muchísimos ejemplos de articulados que instituyen leyes pero que, son enormemente injustas y, por tanto, los ciudadanos se sienten con el derecho, no solamente de combatirlas, sino de desobedecerlas. Este viejo dilema se presentaba ya en el cristianismo primigenio, cuando los fariseos, fieles cumplidores de la ley, se olvidaban de preceptos que, a los ojos del Dios cristiano, eran mucho más importantes, como el amor o la misericordia. Sin ellos, no hay justicia posible. 



En el Ecuador contemporáneo, vemos que los equilibrios entre los poderes del Estado pueden facilitar que dichos poderes cuenten con los mecanismos necesarios y suficientes para dictar leyes y coaccionar a los habitantes del país para su cumplimiento. 




Sin embargo, del otro lado, la sociedad civil también tiene modos de expresar su parecer, una vez que el juego de la democracia representativa la ha relegado al rol de mera espectadora. Si la ley promulgada es injusta, por muy legal que sea, nadie en el mundo puede predicarnos que tenemos que respetarla. 



Igual que es potestad del Estado imponer el cumplimiento de las leyes promulgadas dentro de su territorio, respetar o no una ley injusta es una opción responsable e individual. Por supuesto, queda también de mi parte el asumir las consecuencias de tal desobediencia. 




Cuando se presenta esta dicotomía entre lo que es justo y lo que es legal, hay que recordar que la conciencia es el criterio de última instancia para decidir, por encima de la ley. Este postulado es lo que sustenta la objeción de conciencia en asuntos que competen a las creencias individuales, más allá de lo dictado por la legalidad. 




Esa libertad de la conciencia para decidir responsablemente nace de la dignidad de la persona humana. Desde ese mismo paradigma, para ejercitar la libertad de lo que se considera verdadero, es imprescindible borrar cualquier vestigio de chantaje, violencia o coacción. 




Entonces, cuando se observan esas manifestaciones en la calles, sobre variados temas de la agenda política nacional, lo que se evidencia es esa tendencia de lo justo de convertirse en una piedra en el zapato de lo legal. 




Pueden imponer las leyes, justificar su existencia, pero, a la luz de la verdad, no pueden obligar a la conciencia de nadie a pensar que se ha operado en justicia. Cuando una persona o millones de personas dicen “¡No!”, están iluminando esa realidad jurídica desde su verdad y reclamando su derecho humano a la desobediencia.

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