por Nivaldo Machín de la Noval
Establecer una ley no siempre se compadece con el concepto de la
justicia. Muchísimas coyunturas pueden favorecer o torpedear el
establecimientos de cuerpos legales, más allá de si son justos o no.
¿Cómo es eso? ¿Algo legal no debe ser, en principio, justo?
Existen
muchísimos ejemplos de articulados que instituyen leyes pero que, son
enormemente injustas y, por tanto, los ciudadanos se sienten con el
derecho, no solamente de combatirlas,
sino de desobedecerlas. Este viejo dilema se presentaba ya en el
cristianismo primigenio, cuando los fariseos, fieles cumplidores de la
ley, se olvidaban de preceptos que, a los ojos del Dios cristiano, eran
mucho más importantes, como el amor o la misericordia. Sin ellos, no
hay justicia posible.
En el Ecuador contemporáneo, vemos que los
equilibrios entre los poderes del Estado pueden facilitar que dichos
poderes cuenten con los mecanismos necesarios y suficientes para dictar
leyes y coaccionar a los habitantes del país para su cumplimiento.
Sin
embargo, del otro lado, la sociedad civil también tiene modos de
expresar su parecer, una vez que el juego de la democracia
representativa la ha relegado al rol de mera espectadora. Si la ley
promulgada es injusta, por muy legal que sea, nadie en el mundo puede
predicarnos que tenemos que respetarla.
Igual que es potestad del Estado
imponer el cumplimiento de las leyes promulgadas dentro de su
territorio, respetar o no una ley injusta es una opción responsable e individual. Por
supuesto, queda también de mi parte el asumir las
consecuencias de tal desobediencia.
Cuando se presenta esta dicotomía
entre lo que es justo y lo que es legal, hay que recordar que la
conciencia es el criterio de última instancia para decidir, por encima
de la ley. Este postulado es lo que sustenta la objeción de conciencia
en asuntos que competen a las creencias individuales, más allá de lo
dictado por la legalidad.
Esa libertad de la conciencia para decidir
responsablemente nace de la dignidad de la persona humana. Desde ese
mismo paradigma, para ejercitar la libertad de lo que se considera
verdadero, es imprescindible borrar cualquier vestigio de chantaje,
violencia o coacción.
Entonces, cuando se observan esas manifestaciones en la calles, sobre variados temas de la agenda política nacional, lo
que se evidencia es esa tendencia de lo justo de convertirse en una
piedra en el zapato de lo legal.
Pueden imponer las leyes, justificar su
existencia, pero, a la luz de la verdad, no pueden obligar a la
conciencia de nadie a pensar que se ha operado en justicia. Cuando una
persona o millones de personas dicen “¡No!”, están iluminando esa
realidad jurídica desde su verdad y reclamando su derecho humano a la
desobediencia.
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