lunes, 27 de julio de 2015

Los silencios y las verdades





por Nivaldo Machin de la Noval​

La Asamblea Nacional tiene numerosos temas pendientes en materia legislativa. No me refiero a la postergada fiscalización. En su agenda hay copiosos y variados proyectos de ley y reformatorias de diversa data. Sin embargo, en una semana han aprobado dos resoluciones que nada o muy poco contribuyen a la labor de los asambleístas. 




De la primera de estas resoluciones, la referida a las protestas callejeras, ya conversamos. Ahora es preciso observar el otro texto legislativo. Después de la intervención de la asambleísta de Madera de Guerrero, Cinthya Viteri, el oficialismo presentó un proyecto de resolución para limitar el uso de material de apoyo en las intervenciones de los asambleístas. En la práctica, solicitaron aplicar a la legisladora de la oposición lo que establece la Ley Orgánica de Comunicación. ¿Cómo sería un  debate legislativo en estas condiciones?  




Es válido recordar que la Constitución de la República, impulsada por el oficialismo, en su artículo 84, establece que "las leyes, otras normas jurídicas ni los actos del poder público atentarán contra los derechos que reconoce la Constitución." Esta posibilidad que abre la mayoría oficialista podría devenir en un tipo de censura previa. Si tal realidad se constituyere, también se estaría violentando otra de las garantías constitucionales: no puede haber ninguna forma de censura previa. 




Pero, además, de acuerdo a la Constitución, los legisladores no son responsables ni civil ni penalmente por lo que digan en el Pleno de la Asamblea Nacional. La nueva resolución habla de una “responsabilidad administrativa”, aunque un texto resolutivo de la asamblea no tiene fuerza de ley. ¿Cuál es la necesidad de duplicar lo que ya establece el Código Orgánico Integral Penal y la Ley Orgánica de la Función Legislativa sobre la honra de terceras personas? 





Por su naturaleza misma, el poder legislativo es un sitio de debate. En el aire queda la pregunta: ¿cuál será el órgano imparcial de la Asamblea que determinará si el contenido de la intervención de un asambleísta se ajusta a la verdad? ¿La verdad de quién? Recordemos lo que decía Cicerón: La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio.



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domingo, 26 de julio de 2015

Dímelo en portugués






por Nivaldo Machin de la Noval



El portugués y el español tienen innegables semejanzas. Eso nos acerca a los países de habla portuguesa. Pero hay realidades que trascienden lo estrictamente lingüístico. Echar una ojeada a lo que sucede en Brasil tiene varios beneficios. Más allá del morbo que existe en asistir a la calamidad ajena, la experiencia brasileña tiene un enorme potencial didáctico. 






Ver al Partido de los Trabajadores contra las cuerdas, intentando esquivar las acusaciones de corrupción, podría inspirar más de una reflexión sobre el accionar ético en el mundo de la política. Tras las presidencias de Luiz Inácio Lula Da Silva, entre el 2003 y el 2011, todo parecía viento en popa para su sucesora, Dilma Rousseff. Tras doce años al frente de las riendas del gigante auriverde, el Partido de los Trabajadores había acumulado muchísimo poder. Y he ahí uno de los problemas iniciales. 





El poder trae aparejada una sensación de infalibilidad y de impunidad que hace creer que no hay límites. ¿Por qué habría de haberlos? Han tejido una red que podría hacer creer que todo cuanto se oculte bajo sus tupidos hilos es invisible. Además, si han logrado, con la elección sucesiva, copar todos los espacios del poder, ¿tendrá fin esta época? ¿Dejarán en algún momento el Palacio Presidencial? 





Son abundantes los ejemplos de quienes, en diversas latitudes, han pensado que están por encima de la ley y la tuercen a su antojo. Las abultadas cuentas personales y un estilo de vida que se burla de sus conciudadanos se erigen como evidencias del respeto por el honor y la legalidad. Lamentablemente, los titulares de la prensa mundial nos traen sobrados ejemplos de cómo operan los políticos en innumerables puntos geográficos. ¿Qué tienen en común? 




La concentración del poder, la falta de alternabilidad, la ausencia de una fiscalización seria, profunda y sistemática por los entes de control y por la sociedad civil; la discrecionalidad en la aplicación de la justicia… La lista puede seguir, pero son solo coadyuvantes para la impunidad relativa. Las causales son más profundas. 




En la superficie se evidencias esos guiños de ojo que significan: “ayúdame, que yo te ayudaré”. Esa cadena infame de favores va desarticulando la institucionalidad y en el compadreo todos quieren salir bien librados. Como si se tratara de una banda delincuencial del cine de gánsteres, los amigos se cuidan las espaldas y condenan a la muerte pública, simbólica, a quien se atreva a salirse del círculo vicioso de los intocables. 





Los ciudadanos, entonces, perciben que las sociedades no funcionan y el hastío llega con nuevos salvadores, poco respetuosos de lo que la democracia significa y conlleva. El viejo Montesquieu y su separación de poderes sigue siendo la mejor de las garantías para el ejercicio democrático. ¿Es el poder el que los corrompe? 





No, el poder, al decir de los sabios, solo muestra la verdadera naturaleza de la persona. La impunidad merma las potencialidades del estado de Derecho y, a la larga, impone al cinismo y a la corrupción como si fuesen equivalentes a la ética y a la justicia. No lo son en portugués, tampoco son sinónimos en español.



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viernes, 24 de julio de 2015

Anatomía de la censura







La censura no es una práctica nueva en el mundo. Quien hace de censor intenta siempre silenciar otras voces que puedan discrepar o poner en entredicho un único discurso, casi siempre cercano a algún tipo de poder. 



Existen rasgos comunes entre los países del mundo en los que se vive el mayor clima de represión de las libertades de expresión e información. Un atributo que comparten todos estos territorios es cierta tendencia al autoritarismo del gobierno. Casi siempre, los autócratas quieren perpetuarse en el poder. La gama de recursos para abortar cualquier ejercicio democrático de alternabilidad es amplia. Incluye monarquías, dinastías familiares, golpes de Estado, elecciones fraudulentas o alguna combinación de lo anterior. ¿Qué es lo que asusta a quienes detentan el poder? 



Lo primero es el debate sobre la legitimidad del liderazgo que ejercen. Este suele ser el elemento medular para acallar a la prensa. Como la función central del periodismo es escrutar y mostrar qué sucede en la realidad, este segmento del mundo objetivo no debe mostrarse. Caso contrario, por ejemplo, saltarían los casos de corrupción, el control del poder ejecutivo sobre el resto de poderes, la discrecionalidad en la aplicación de la justicia y los fraudes electorales que, con un supuesto ejercicio democrático, validan el desmembramiento de todo lo que es consustancial a la democracia. 




Asimismo, con raras excepciones que confirman la regla, los países que no transparentan su información suelen tener también los menores índices de desarrollo económico. De acuerdo a mediciones del Comité de Protección a Periodistas, de los diez países más represivos con sus periodistas, ocho tienen un ingreso per cápita que es la mitad, o menor, al ingreso per cápita global. Pero, incluso, en los que poseen elevados niveles de riqueza, es notoria la diferencia entre el nivel de vida de los dirigentes enquistados en el poder y los gobernados. Baste ver a la casa real de Arabia Saudita y a los más pobres en esa nación árabe. 



Pero lo más llamativo es que, en todos los casos, estos Estados se guardan para sí el derecho de decidir qué información deben conocer sus ciudadanos y qué información no. Es una suerte de Estado-papá que, citando un bien común bastante esquivo, procede a desinformar o subinformar a la población. 




Por eso, en palabras de la escritora Nadine Gordimer: En los países donde la represión prevalece, el escritor no debe censurarse a sí mismo ni darse por vencido, es doloroso, pero hay dos maneras de hacerlo: hay cosas que escribes y guardas en un cajón porque la censura no va a durar eternamente o publicas el libro en algún otro lugar para que el mundo exterior pueda leerlo y entonces regresar, como siempre sucede, para que tu pueblo finalmente lo conozca. Así que puedes hacer eso o encuentras maneras de escribir sobre el tema de un modo en el que, con suerte, puedes evitar la censura. En otras palabras: lo disfrazas. 



Y así es y ha sido. Hay quienes enfrentarán la censura con altura, con ingenio. Otros lo harán con el silencio que ella clama para sí.


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jueves, 23 de julio de 2015

La tiranía de las estadísticas




por Nivaldo Machín de la Noval



Jorge Luis Borges tenía la desfachatez de los sabios. No tuvo ningún empacho al afirmar que la democracia es solo un abuso de las estadísticas. La razón asiste, todavía, al célebre escritor argentino: los ejemplos abundan hasta la saciedad. 



En nuestro país, el ganar elecciones consecutivas le ha dotado al partido oficialista y al gobierno mismo de un halo de infalibilidad que poco bien le hace al proyecto político de la llamada Revolución Ciudadana. La resolución que intentó adoptar el Legislativo, que condenaba las protestas en varias ciudades del país, es un ejemplo paradigmático de esa desconexión. 




Aunque abundan los rótulos y sitios comunes, el solo intento de aprobar esa resolución demuestra que  los políticos oficialistas han quedado al margen de lo que ocurre en la calle, como si la calle fuese ajena a la política. Las más de las veces, da la impresión que se gobierna a golpe de decretos o leyes inconsultos. Los mismos voceros del régimen han reconocido las falencias en la socialización de las llamadas leyes de Herencias y de Plusvalía. 




Para que haya un auténtico diálogo nacional, los que dirigen el país, desde cualquiera de los poderes del Estado, es necesario, imprescindible, que tomen en cuenta las manifestaciones. Ellas son un símbolo inequívoco de la diversidad de opiniones, de malestares, de análisis divergentes que tanto se echan de menos en los recintos del poder democráticamente constituido. 




Las calles y lo que en ella ocurre son la otra cara del espejo de esa bancada mayoritaria y silenciosa que, desde la Asamblea, intenta condenar los reclamos. Ser ciegos ante esto es un síntoma de un accionar absolutista y de un desprecio a la Constitución, casualmente,  promovida desde el propio oficialismo. 





Si se gobierna solo desde las estadísticas, sin detenerse a ver cada uno de los seres que muestra su historia de descontento, se contravienen, incluso los derechos humanos de todas y cada una de esas personas que gritaron su inconformidad en las calles del país.  Pensar en los que no están de acuerdo con el régimen como una minoría violenta y subversiva es querer perpetuar la tiranía de la mayoría, silenciosa desde los números, pero diversa en la realidad y sospecho que no tan unánime. 



La ceguera política incluye la falta de empatía y un discurso que polariza la sociedad en un maniqueo “nosotros” y un recurrente “los otros”. Y es a esto últimos a los que se endilga toda clase de epítetos, que solamente logran incrementar la desafección y abortan cualquier tipo de acercamiento. 



No importa que la resolución de la Asamblea se llene de eufemismos, hay un grupo de ecuatorianas y ecuatorianas que han salido a las calles. No son los 15 millones de habitantes del país. Todavía hay una mayoría silenciosa, pero merecen ser escuchados, porque eso es realmente vivir en democracia, no en la tiranía de los números a la que se refería Borges. 

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El fracaso y el éxito, ¿buenos o malos?






Le debemos mucho a los griegos de la antigüedad clásica. Sin embargo, el pensamiento dicotómico, ese que reduce todo a dos polos excluyentes y contrapuestos, es una de las herencias que, lo deseemos o no, nos pasa factura. Por ello, no es extraño, que la primera de nuestra calificaciones sobre algo es que es bueno o, caso contrario, en su antípoda, resultará malo. Pero esto no se aplica a todas las realidades como la pobreza, la riqueza, el éxito, el fracaso. ¿Se pueden explicar estos fenómenos solamente como buenos o malos?




Un niño, por ejemplo, puede hacer su tarea de matemáticas a conciencia, paso por paso, pero equivoca uno resultado y, el producto final, está errado. ¿Fracasó en su tarea? ¿Tiene derecho a sentirse frustrado si, después de tanto esfuerzo, no obtuvo el reconocimiento anhelado? Ese error cometido no lo hace un mal estudiante. El problema está en concentrarse únicamente en el resultado y en la calificación obtenida, como si la nota fuera un fin en sí misma. 




Tiene derecho a sentirse molesto, pero una de las destrezas esenciales para la vida es aprender a manejar la frustración. La vida no es justa. Es una realidad con la que todos tenemos que vivir. Es posible que algún compañerito, con menos tiempo, haya acertado o, incluso, otros, que copiaron el deber, pudieron recibir una mejor calificación. Todo eso puede molestar y es orgánico sentir algo de desasosiego, pero ello no justifica lanzar todo por la borda y no volver a intentarlo. 




El fracaso aparente en esta tarea, debe traducirse en una nueva posibilidad. Si el niño revisa el proceso del ejercicio de matemáticas, es muy probable que halle en qué se equivocó. Con este conocimiento de causa, su desempeño futuro será mejor. Sin embargo, el mayor de los premios no estará en la calificación ascendente ni en las palmaditas en la espalda de sus orgullosos padres. 




Lo realmente importante es que, en su fuero interno, el niño sienta que ha obrado bien. Las más importantes obras se hacen en silencio, lejos de la algarabía de los aplausos. Las madres que cuidan a sus pequeños enfermos, el que sostiene la mano de un moribundo en un hospital, el que da un poco de agua a un animal sediento… Ninguno recibirá una ovación cerrada por tan nobles acciones, aunque todas, sin excepción, merezcan aplausos de complacencia. 



Entonces, nuestras metas y el modo en que nos realicemos no estarán supeditadas a los acontecimientos que nos rodean. Estos eventos serán solo un escenario y un recurso para corregir el rumbo hacia la meta esperada. Si queremos ser personas de éxito (cada quién sabe qué significa eso para él o para ella) tenemos que prepararnos para fracasar muchas veces. Es inevitable. Pero el fracaso no es bueno ni malo, todo depende de cómo decidas enfrentar la vida a través del aprendizaje y de la sabiduría.


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La basura bajo la alfombra








La vida está llena de oportunidades y siempre se puede elegir. Asimismo, con cada elección, llegan las consecuencias de ese escogimiento. Casi siempre, cuando se escucha la frase: “es que no puedo escoger”; lo que está detrás es no querer o no poder asumir qué se derivará de esa selección que se realiza. Claro está, no todo es en blanco y negro. Hay una inconmensurable tonalidad de grises entre uno y otro extremo. 




Miles de historias personales atravesadas por el dolor y la violencia nos salen al paso desde la vida misma. Pero, incluso, en estos casos extremos, es el miedo el elemento paralizador. En estas realidades, el temor asoma variados rostros: desde el pavor que provoca la muerte, hasta el orgullo vanidoso, que no es más que recelo e inseguridad.



 Ahora, la sociedad ecuatoriana está en un compás de espera. De lado y lado, se observan con desconfianza, existe el temor de quebrar ese ambiente de unidad al que fueron convocados tras la misa papal. Recuerdo una caricatura de un medio impreso en la que se observaba al mandatario ecuatoriano barrer bajo la alfombra los problemas de la coyuntura política, ante la inminente llegada de Francisco. 




Más allá de la lectura en clave de humor, hay una realidad. Dejar de hablar de los problemas no significa que los mismos hayan desaparecido. Esconder bajo el tapete los desencuentros nacionales no simboliza, de modo alguno, que no se sigan cociendo los detonantes del descontento social y de la crispación política. Si se quiere, realmente, evitar la conflictividad a nivel nacional, es preciso deponer, de lado y lado, las teas incendiarias.





 Escuchar discursos de intransigencia solamente nos avizora un diálogo de sordos, un mitin pre-electoral para pescar con la ganancia fácil del río revuelto. Frente a las pasiones, los buenos políticos suelen colocar una dosis generosa de pragmatismo. Hay que observar el mundo y saber que hay bienes mayores que los intereses de un partido político, de una figura pública, de una tesis doctrinal. 




Ya vino el Papa. Ya se fue y dejó tras de sí la pelota en el terreno de los ecuatorianos y las ecuatorianas. Por ejemplo, podría comenzar una discusión abierta sobre las reformas constitucionales, que es un asunto que, si no se analiza, generará mayores desencuentros que los que vemos actualmente. Hay que tomar el reto de Francisco, porque es a los habitantes de este sitio a quienes corresponde encontrar un camino común en la construcción del terruño imaginado. 




No puede ser que se espere que alguien, por mucha autoridad moral que tenga, asuma los retos que son del país. Sería reconocer que carecemos de capital como nación, como sociedad. Es una oportunidad. ¿Haremos la limpieza general y sacaremos a airear la alfombra, ya sin escombros que ocultar? ¿Qué miedos, de lado y lado, podría paralizar una tarea urgente como esta?

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