jueves, 23 de julio de 2015

El fracaso y el éxito, ¿buenos o malos?






Le debemos mucho a los griegos de la antigüedad clásica. Sin embargo, el pensamiento dicotómico, ese que reduce todo a dos polos excluyentes y contrapuestos, es una de las herencias que, lo deseemos o no, nos pasa factura. Por ello, no es extraño, que la primera de nuestra calificaciones sobre algo es que es bueno o, caso contrario, en su antípoda, resultará malo. Pero esto no se aplica a todas las realidades como la pobreza, la riqueza, el éxito, el fracaso. ¿Se pueden explicar estos fenómenos solamente como buenos o malos?




Un niño, por ejemplo, puede hacer su tarea de matemáticas a conciencia, paso por paso, pero equivoca uno resultado y, el producto final, está errado. ¿Fracasó en su tarea? ¿Tiene derecho a sentirse frustrado si, después de tanto esfuerzo, no obtuvo el reconocimiento anhelado? Ese error cometido no lo hace un mal estudiante. El problema está en concentrarse únicamente en el resultado y en la calificación obtenida, como si la nota fuera un fin en sí misma. 




Tiene derecho a sentirse molesto, pero una de las destrezas esenciales para la vida es aprender a manejar la frustración. La vida no es justa. Es una realidad con la que todos tenemos que vivir. Es posible que algún compañerito, con menos tiempo, haya acertado o, incluso, otros, que copiaron el deber, pudieron recibir una mejor calificación. Todo eso puede molestar y es orgánico sentir algo de desasosiego, pero ello no justifica lanzar todo por la borda y no volver a intentarlo. 




El fracaso aparente en esta tarea, debe traducirse en una nueva posibilidad. Si el niño revisa el proceso del ejercicio de matemáticas, es muy probable que halle en qué se equivocó. Con este conocimiento de causa, su desempeño futuro será mejor. Sin embargo, el mayor de los premios no estará en la calificación ascendente ni en las palmaditas en la espalda de sus orgullosos padres. 




Lo realmente importante es que, en su fuero interno, el niño sienta que ha obrado bien. Las más importantes obras se hacen en silencio, lejos de la algarabía de los aplausos. Las madres que cuidan a sus pequeños enfermos, el que sostiene la mano de un moribundo en un hospital, el que da un poco de agua a un animal sediento… Ninguno recibirá una ovación cerrada por tan nobles acciones, aunque todas, sin excepción, merezcan aplausos de complacencia. 



Entonces, nuestras metas y el modo en que nos realicemos no estarán supeditadas a los acontecimientos que nos rodean. Estos eventos serán solo un escenario y un recurso para corregir el rumbo hacia la meta esperada. Si queremos ser personas de éxito (cada quién sabe qué significa eso para él o para ella) tenemos que prepararnos para fracasar muchas veces. Es inevitable. Pero el fracaso no es bueno ni malo, todo depende de cómo decidas enfrentar la vida a través del aprendizaje y de la sabiduría.


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