por Nivaldo Machín de la Noval
Jorge Luis Borges tenía la desfachatez de
los sabios. No tuvo ningún empacho al afirmar que la democracia es solo un
abuso de las estadísticas. La razón asiste, todavía, al célebre escritor
argentino: los ejemplos abundan hasta la saciedad.
En nuestro país, el ganar
elecciones consecutivas le ha dotado al partido oficialista y al gobierno mismo
de un halo de infalibilidad que poco bien le hace al proyecto político de la
llamada Revolución Ciudadana. La resolución que intentó adoptar el Legislativo, que
condenaba las protestas en varias ciudades del país, es un ejemplo paradigmático
de esa desconexión.
Aunque abundan los rótulos y sitios comunes, el solo intento de aprobar esa resolución
demuestra que los políticos oficialistas
han quedado al margen de lo que ocurre en la calle, como si la calle fuese ajena
a la política. Las más de las veces, da la impresión que se gobierna a golpe de
decretos o leyes inconsultos. Los mismos voceros del régimen han reconocido las
falencias en la socialización de las llamadas leyes de Herencias y de
Plusvalía.
Para que haya un auténtico diálogo nacional, los que dirigen el
país, desde cualquiera de los poderes del Estado, es necesario, imprescindible,
que tomen en cuenta las manifestaciones. Ellas son un símbolo inequívoco de la
diversidad de opiniones, de malestares, de análisis divergentes que tanto se
echan de menos en los recintos del poder democráticamente constituido.
Las
calles y lo que en ella ocurre son la otra cara del espejo de esa bancada mayoritaria y silenciosa que, desde la Asamblea, intenta condenar los reclamos. Ser ciegos ante esto
es un síntoma de un accionar absolutista y de un desprecio a la Constitución,
casualmente, promovida desde el propio
oficialismo.
Si se gobierna solo desde las estadísticas, sin detenerse a ver
cada uno de los seres que muestra su historia de descontento, se contravienen,
incluso los derechos humanos de todas y cada una de esas personas que gritaron
su inconformidad en las calles del país.
Pensar en los que no están de acuerdo con el régimen como una minoría
violenta y subversiva es querer perpetuar la tiranía de la mayoría, silenciosa
desde los números, pero diversa en la realidad y sospecho que no tan unánime.
La
ceguera política incluye la falta de empatía y un discurso que polariza la
sociedad en un maniqueo “nosotros” y un recurrente “los otros”. Y es a esto
últimos a los que se endilga toda clase de epítetos, que solamente logran
incrementar la desafección y abortan cualquier tipo de acercamiento.
No importa
que la resolución de la Asamblea se llene de eufemismos, hay un grupo de ecuatorianas
y ecuatorianas que han salido a las calles. No son los 15 millones de
habitantes del país. Todavía hay una mayoría silenciosa, pero merecen ser
escuchados, porque eso es realmente vivir en democracia, no en la tiranía de
los números a la que se refería Borges.
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