viernes, 24 de julio de 2015

Anatomía de la censura







La censura no es una práctica nueva en el mundo. Quien hace de censor intenta siempre silenciar otras voces que puedan discrepar o poner en entredicho un único discurso, casi siempre cercano a algún tipo de poder. 



Existen rasgos comunes entre los países del mundo en los que se vive el mayor clima de represión de las libertades de expresión e información. Un atributo que comparten todos estos territorios es cierta tendencia al autoritarismo del gobierno. Casi siempre, los autócratas quieren perpetuarse en el poder. La gama de recursos para abortar cualquier ejercicio democrático de alternabilidad es amplia. Incluye monarquías, dinastías familiares, golpes de Estado, elecciones fraudulentas o alguna combinación de lo anterior. ¿Qué es lo que asusta a quienes detentan el poder? 



Lo primero es el debate sobre la legitimidad del liderazgo que ejercen. Este suele ser el elemento medular para acallar a la prensa. Como la función central del periodismo es escrutar y mostrar qué sucede en la realidad, este segmento del mundo objetivo no debe mostrarse. Caso contrario, por ejemplo, saltarían los casos de corrupción, el control del poder ejecutivo sobre el resto de poderes, la discrecionalidad en la aplicación de la justicia y los fraudes electorales que, con un supuesto ejercicio democrático, validan el desmembramiento de todo lo que es consustancial a la democracia. 




Asimismo, con raras excepciones que confirman la regla, los países que no transparentan su información suelen tener también los menores índices de desarrollo económico. De acuerdo a mediciones del Comité de Protección a Periodistas, de los diez países más represivos con sus periodistas, ocho tienen un ingreso per cápita que es la mitad, o menor, al ingreso per cápita global. Pero, incluso, en los que poseen elevados niveles de riqueza, es notoria la diferencia entre el nivel de vida de los dirigentes enquistados en el poder y los gobernados. Baste ver a la casa real de Arabia Saudita y a los más pobres en esa nación árabe. 



Pero lo más llamativo es que, en todos los casos, estos Estados se guardan para sí el derecho de decidir qué información deben conocer sus ciudadanos y qué información no. Es una suerte de Estado-papá que, citando un bien común bastante esquivo, procede a desinformar o subinformar a la población. 




Por eso, en palabras de la escritora Nadine Gordimer: En los países donde la represión prevalece, el escritor no debe censurarse a sí mismo ni darse por vencido, es doloroso, pero hay dos maneras de hacerlo: hay cosas que escribes y guardas en un cajón porque la censura no va a durar eternamente o publicas el libro en algún otro lugar para que el mundo exterior pueda leerlo y entonces regresar, como siempre sucede, para que tu pueblo finalmente lo conozca. Así que puedes hacer eso o encuentras maneras de escribir sobre el tema de un modo en el que, con suerte, puedes evitar la censura. En otras palabras: lo disfrazas. 



Y así es y ha sido. Hay quienes enfrentarán la censura con altura, con ingenio. Otros lo harán con el silencio que ella clama para sí.


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