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Cada año, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza publica una lista de especies en peligro. Entre las causas de la extinción, están la destrucción del hábitat o la incapacidad de reproducirse a un ritmo superior al de la aniquilación. Reviso la lista. Nada. Su nombre no está, tampoco el de su profesión. No se han dado cuenta, pero es una especie de periodista al borde de la extinción. Aunque, todavía, da la batalla.
Con veinte años en el oficio, devela su pasión: el periodismo investigativo. Saudia Levoyer forma parte de una garantía de contrapeso con el poder, con cualquier poder. Con el auge de los sistemas de corte totalitario-populista y la profusión de las redes sociales, parecería ser prescindible. Ella conoce de qué se trata la destrucción del hábitat, que mencionan los ecologistas.
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Tras de sí quedan las huellas de la contienda. Desaparecieron las unidades investigativas de la revista “Vanguardia” y del suplemento “Blanco y negro”, del diario Hoy. Tampoco existen la revista ni el bicolor suplemento. “Pero me quedan las manías de cuando era periodista de investigación: no veo las noticias y casi no duermo”. Con la tranquilidad de las voces en la radio, se entera de los debates en la esfera pública.
Antes, investigaba, pero no tiene reparos en confesar que cualquiera puede darte el dato que necesitas. Es posible imaginarla tras el ovillo que se le desparrama en figuras inconexas. “Hace falta pasión”, precisa. Este es un oficio de tejedores que arman ese entramado sorpresivo. Hay que darse la libertad de la diversificación.
Cuando se habla de periodismo investigativo, muchos desean investigar la corrupción. Por ello, con el acceso a la redes y a los datos que circulan en ella, no son raras las voces que cuestionan la necesidad de un periodista investigativo. Sin embargo, la balcanización de los datos y de las realidades produce en torbellino de informaciones inconexas. Más que nunca es necesario compilar, interpretar, analizar, fiscalizar la agenda y los derroteros de los poderosos.
La intolerancia, en cualquier terreno, debilita los postulados de la razón. El periodismo investigativo necesita apoyarse en una agenda que no vaya tras la confrontación. Es impensable seguir el programa oficial. “Hay que tener una agenda propia”, repite. Hay ejemplos. Bajo la firma de Saudia, se ventilaron las peligrosas relaciones con el Banco de Desarrollo y Exportaciones de Irán.
Saudia graficó lo que afirmaba Walter Mears, director ejecutivo de la agencia Associated Press. Para él, existe una tendencia oficial a ocultar información. El trabajo de los comunicadores es develar esos secretos. Sin embargo, ahora, desbrozan el terreno con leyes y reducen las áreas de ejercicio profesional. A falta de noticias que cumplan los requisitos que demanda el marco legal, crecen los espacios deportivos y faranduleros. El hábitat se contrae.
Otra opción son las posibilidades reproductivas de la especie. Tener más individuos que hurguen, que no se aparten del eje. “A los nuevos les falta pasión. Quieren ser famosos” y ríe. Se ha tropezado con un mal de estos tiempos: la banalidad. Se privilegia esa fragmentación de la realidad hasta el infinito. En una lucha por la inmediatez, la prensa lleva las de perder frente a las redes sociales.
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Los nuevos periodistas deben vender sus noticias, con datos y con hechos. Si se documenta lo publicado, se reducen las posibilidades de catalogar como opositor a quien hace periodismo de investigación. La duda razonable, tan cartesiana, debe ser la aliada favorita. Detrás de las filtraciones de información viene un compromiso: la verificación.
No es un tema grato, pero, cuando hay falta de profesionalismo y se abandona el carril de lo que el medio necesita, es fácil dar traspiés. “Y lo mejor es dar con un amante o una amante despechada. ¡Son las mejores fuentes!”, bromea. Pero hay que hacer la tarea. “La profesión existirá mientras no permitamos que desaparezca”.
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Intuye el peligro para su especie. Puede, en todo caso, echar mano del viejo Charles Darwin: adaptarse, mutar, difuminarse en las redes, construir nuevas incomodidades virtuales. “Mi sueño es ser hacker”, confiesa, antes de desaparecer tras su sonrisa.
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