Existen muchas razones para adoptar
Acabo de llegar del hospital con mi amiga Diana. Y aunque, ahora, ella me mira con ojos de terror, no se imaginan lo feliz que se puso cuando le regalé a Hiroshi. Con dos lengüetazos, ¡slash! ¡slash!, ese perro chiquitín borró la depresión. Diana estaba casi suicida por lo que le había pasado antes.
Resulta que vio una página de adopciones y Diana, llorona como es, se leyó las estadísticas: solo cuatro, de cada diez perritos nacidos, tendrá un hogar ¡sniff!; únicamente dos, de cada diez perritos extraviados, regresan con su familia ¡sniff!; no más de tres, de cada diez canes, están esterilizados y los otros siete parirán más perritos que sufrirán también el abandono y el maltrato ¡sniff, sniff!
Frente a todos esos números terroríficos, las protectoras de animales dan todo de sí. Confieso que soy un seguidor de esas agrupaciones que recogen perros y gatos; defienden a los toros, se embarran de petróleo por el Yasuní, te impulsan a ser vegetariano…
Pero, no siempre salen bien paradas, a pesar de sus buenas intenciones. Por ejemplo, algunas practican la eutanasia. “¿Los que protegen la vida animal matan animales?”, casi gritó mi amiga. “A veces.” “Voy a adoptar”, me dijo la Dianita con determinación angelical y llenó el formulario.
“Su solicitud ha sido aprobada, pero la visitaremos para ver si será una buena familia para la mascota”. Basta poner en entredicho su capacidad y Diana enloquece. Limpió la casa con fanatismo de ayatola iraní inspeccionado por la ONU. Pero a la hora acordada nadie llegó. “¡Ring ring! ¿Diana? Ay qué pena contigo, pero no podemos ir a visitarte. Además, el perrito que te habíamos asignado encontró su dueño… Esperaremos a tener el perrito idóneo para ti. Gracias.”
Un paquete de Kleenex, tremenda depresión y diez maldiciones después, Dianita no entendía las razones por las cuales la burocracia había invadido el mundo del rescate animal. Me ofrecí a conseguirle un perro. Ya conocen el resto. Sin embargo, me siento mal porque jamás hubiera escrito sobre las protectoras de animales que, como yo, están repletas de buenas intenciones. Mi abuela diría entonces: “Mijo, de buenas intenciones está empedrado el camino del Infierno.”
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