jueves, 23 de julio de 2015

La tiranía de las estadísticas




por Nivaldo Machín de la Noval



Jorge Luis Borges tenía la desfachatez de los sabios. No tuvo ningún empacho al afirmar que la democracia es solo un abuso de las estadísticas. La razón asiste, todavía, al célebre escritor argentino: los ejemplos abundan hasta la saciedad. 



En nuestro país, el ganar elecciones consecutivas le ha dotado al partido oficialista y al gobierno mismo de un halo de infalibilidad que poco bien le hace al proyecto político de la llamada Revolución Ciudadana. La resolución que intentó adoptar el Legislativo, que condenaba las protestas en varias ciudades del país, es un ejemplo paradigmático de esa desconexión. 




Aunque abundan los rótulos y sitios comunes, el solo intento de aprobar esa resolución demuestra que  los políticos oficialistas han quedado al margen de lo que ocurre en la calle, como si la calle fuese ajena a la política. Las más de las veces, da la impresión que se gobierna a golpe de decretos o leyes inconsultos. Los mismos voceros del régimen han reconocido las falencias en la socialización de las llamadas leyes de Herencias y de Plusvalía. 




Para que haya un auténtico diálogo nacional, los que dirigen el país, desde cualquiera de los poderes del Estado, es necesario, imprescindible, que tomen en cuenta las manifestaciones. Ellas son un símbolo inequívoco de la diversidad de opiniones, de malestares, de análisis divergentes que tanto se echan de menos en los recintos del poder democráticamente constituido. 




Las calles y lo que en ella ocurre son la otra cara del espejo de esa bancada mayoritaria y silenciosa que, desde la Asamblea, intenta condenar los reclamos. Ser ciegos ante esto es un síntoma de un accionar absolutista y de un desprecio a la Constitución, casualmente,  promovida desde el propio oficialismo. 





Si se gobierna solo desde las estadísticas, sin detenerse a ver cada uno de los seres que muestra su historia de descontento, se contravienen, incluso los derechos humanos de todas y cada una de esas personas que gritaron su inconformidad en las calles del país.  Pensar en los que no están de acuerdo con el régimen como una minoría violenta y subversiva es querer perpetuar la tiranía de la mayoría, silenciosa desde los números, pero diversa en la realidad y sospecho que no tan unánime. 



La ceguera política incluye la falta de empatía y un discurso que polariza la sociedad en un maniqueo “nosotros” y un recurrente “los otros”. Y es a esto últimos a los que se endilga toda clase de epítetos, que solamente logran incrementar la desafección y abortan cualquier tipo de acercamiento. 



No importa que la resolución de la Asamblea se llene de eufemismos, hay un grupo de ecuatorianas y ecuatorianas que han salido a las calles. No son los 15 millones de habitantes del país. Todavía hay una mayoría silenciosa, pero merecen ser escuchados, porque eso es realmente vivir en democracia, no en la tiranía de los números a la que se refería Borges. 

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