La vida está llena de oportunidades y siempre se puede elegir. Asimismo, con cada elección, llegan las consecuencias de ese escogimiento.
Casi siempre, cuando se escucha la frase: “es que no puedo escoger”; lo
que está detrás es no querer o no poder asumir qué se derivará de esa
selección que se realiza. Claro está, no todo es en blanco y negro. Hay
una inconmensurable tonalidad de grises entre uno y otro extremo.
Miles
de historias personales atravesadas por el dolor y la violencia nos
salen al paso desde la vida misma. Pero, incluso, en estos casos
extremos, es el miedo el elemento paralizador. En estas realidades, el
temor asoma variados rostros: desde el pavor que provoca la muerte,
hasta el orgullo vanidoso, que no es más que recelo e inseguridad.
Ahora, la sociedad ecuatoriana está en un compás de espera. De lado y
lado, se observan con desconfianza, existe el temor de quebrar ese
ambiente de unidad al que fueron convocados tras la misa papal. Recuerdo
una caricatura de un medio impreso en la que se observaba al mandatario
ecuatoriano barrer bajo la alfombra los problemas de la coyuntura
política, ante la inminente llegada de Francisco.
Más allá de la lectura
en clave de humor, hay una realidad. Dejar de hablar de los problemas
no significa que los mismos hayan desaparecido. Esconder bajo el tapete
los desencuentros nacionales no simboliza, de modo alguno, que no se
sigan cociendo los detonantes del descontento social y de la crispación
política. Si se quiere, realmente, evitar la conflictividad a nivel
nacional, es preciso deponer, de lado y lado, las teas incendiarias.
Escuchar discursos de intransigencia solamente nos avizora un diálogo de
sordos, un mitin pre-electoral para pescar con la ganancia fácil del
río revuelto. Frente a las pasiones, los buenos políticos suelen colocar
una dosis generosa de pragmatismo. Hay que observar el mundo y saber
que hay bienes mayores que los intereses de un partido político, de una
figura pública, de una tesis doctrinal.
Ya vino el Papa. Ya se fue y
dejó tras de sí la pelota en el terreno de los ecuatorianos y las
ecuatorianas. Por ejemplo, podría comenzar una discusión abierta sobre
las reformas constitucionales, que es un asunto que, si no se analiza,
generará mayores desencuentros que los que vemos actualmente. Hay que
tomar el reto de Francisco, porque es a los habitantes de este sitio a
quienes corresponde encontrar un camino común en la construcción del
terruño imaginado.
No puede ser que se espere que alguien, por mucha
autoridad moral que tenga, asuma los retos que son del país. Sería
reconocer que carecemos de capital como nación, como sociedad. Es una
oportunidad. ¿Haremos la limpieza general y sacaremos a airear la
alfombra, ya sin escombros que ocultar? ¿Qué miedos, de lado y lado,
podría paralizar una tarea urgente como esta?
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