jueves, 11 de junio de 2015

Ese juego que llamamos democracia








En medio de la crispación siempre es bueno mantener el norte, respirar y pensar otra vez. Quienes han vivido la experiencia de la pérdida de libertades y derechos sabrán de qué hablo inmediatamente. En este tipo de sociedades, el discurso gubernamental se opone a la democracia representativa y la tilda del mal de la burguesía. Eso de alternarse en el poder, para los de talante autocrático, suele ser un signo inequívocamente burgués. Los que han vivido siempre en democracia suelen ser bastante críticos con el modelo. 






Realmente, no pienso que lo hagan porque estén en contra de sus principios, sino porque creen que esos principios están pervertidos y que, en Occidente, no vivimos verdaderamente en una democracia. Por eso, cuando nos asomamos a las noticias del resto del mundo y vemos, por ejemplo, a los españoles clamando “¡Democracia real ya!”, no podemos obviar cierto sentimiento de identificación. Conocemos también qué se siente desde la impotencia del espectador de un proceso para el que solamente se nos pide el voto. 





Porque el voto y la democracia, como decía el célebre escritor argentino Jorge Luis Borges, son solamente un ejercicio dictatorial desde las estadísticas. Siempre, el que gana unas elecciones, cree que ha recibido una suerte de patente para hacer y deshacer amparado en el ejercicio democrático del voto. Esto sería cierto si la votación fuera unánime. Pero no conozco ninguna elección auténtica y sin amarres que sea unánime. Siempre hay una minoría, que a veces es muy grande, que no votó por el candidato, pero que, en las reglas del juego, acata las decisiones, si estas son por el bien de todos. 





Quien sale elegido, no gobierna solamente para sus adeptos, también debe hacerlo para todos los ciudadanos del país. Entonces, ganar elecciones no significa que vivamos un espíritu democrático, porque desde la propia democracia se puede ir desmantelando todo el aparato de separación de poderes y alternancia de funciones que le da sentido. 






Sin embargo, no olvidemos lo que dijo cura francés del siglo XIX, llamado, Henri Lacordaire, quien aseguró que tanto los ricos como los pobres, los poderosos y los que no tienen poder, son protegidos por la ley, pero la libertad los aprisiona. Entonces, cuando el gobierno y sus desafectos claman para sí el derecho de la libertad, de cualquier libertad, deben saber que no es la libertad la que libera, sino la ley y el respeto a ella.




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