sábado, 27 de junio de 2015

Yo te llamo, libertad








por Nivaldo Machín de la Noval



 
En estos días de revueltas y demandas, pocas palabras tienen tanta fuerza como libertad. Los unos y los otros claman para sí libertades para elegir, redistribuir, conculcar, decir, defender… y así, la lista de infinitivos resulta, también, casi sin fin. En esto de la libertad, hay varios tópicos que, de repetirse, adquieren una suerte de aureola de verdad que no es tan contundente como pretende. 





Por ejemplo, es muy común escuchar eso de que nuestra libertad termina donde comienza la de los otros. Dicho así, suena muy bien. Sin embargo, tras esta sentencia hay un peligroso reduccionismo. El primer asunto es que se parte de una concepción muy individualista de la libertad. Así, es fácil imaginar a cada hombre encerrado en un coto, con límites claros, donde es libre y puede hacer cuanto le plazca. 




Ser libre nunca ha significado dar rienda suelta a las pulsiones, porque alguien que sigue sus deseos, de cualquier índole, es un esclavo, no es libre. ¿En qué consiste su esclavitud? En seguir sus impulsos. A fin de cuentas, no es él quien manda. Las órdenes vienen de esas ansias antojadizas que pueden ir de un extremo al otro. 




Por lo tanto, hay que tener muy claro que la libertad de una sociedad no es la simple sumatoria aritmética de esas pequeñas burbujas individualistas. Es mucho más que esas parcelas en las que, cada quien, carece de inhibiciones y concreta todo tipo de empresas sin ningún tipo de coacción, excepto, no perjudicar al resto. 




Postular algo así niega cualquier posibilidad de solidaridad o empatía por el otro. Al fin y al cabo, como sociedades, tenemos un entramado de postulados comunes, de valores de compartimos y, gracias a los cuales, podemos vivir en relación con el resto. Uno de esos valores compartidos es la libertad. Sin la movilización de todos, esa libertad individual será anulada a falta de una emancipación colectiva, construida por todos, y como dice la sentencia, para el bien de todos. Solamente soy libre si los demás factores de la sociedad me reconocen como un ser libre y asumen que, en ejercicio de mi libertad, debo y puedo tomar decisiones que, finalmente, si no aportan al bien común, terminarán perjudicando al resto, aunque esa no se a mi meta final. 




Entonces, estas elecciones que hago, se corresponderán con el entorno en el que vivo y serán juzgadas por la conformidad o disconformidad que tengan con los valores comunes de la colectividad de la que soy parte. Por tanto, la libertad no se construye ni se ejercita desde lo individual, única y exclusivamente. Mientras más conozco el sentido de mis ideales, de mis convicciones y de mis responsabilidades como ser social, más libre soy. Mi libertad se nutre y se vive del encuentro, de la integración con la libertad de los demás.




Escucha, este y otros comentarios por 

 


No hay comentarios.:

Publicar un comentario