En estos días conversaba con alguien que comentaba mi editorial sobre los Estados Unidos. Intentaba decirle que, sin ser perfecto ni mucho menos, el modelo norteamericano resulta atractivo para muchas personas por la cantidad de oportunidades y la solidez de algunas estructuras de la nación del norte. Pero, me dijo: “Eso es relativo”. Y ahí llegamos a una de las realidades de nuestra época: el relativismo.
Esta tendencia filosófica, en general, consiste en la ideología que dice que la verdad de todo conocimiento depende de las opiniones o circunstancias de las personas. Por ello, en su base está la negación de la capacidad del hombre de conocer, de apropiarse de la verdad objetiva. Así, en el campo de la moral, cada quien determina qué está bien o mal para él o ella en una situación determinada. Es decir, cada individuo o su conciencia se constituyen en el único referente posible, es decir, esta percepción de la realidad, del pensamiento, es autorreferencial.
Así, mis amigos relativistas se trastocan fácilmente en voluntaristas o en situacionistas. El voluntarismo es esa idea de que todo sucede porque yo así lo decido y ese evento soy yo el que lo juzgo. En tanto, el situacionismo toma decisiones según la situación a la que se enfrente. Por eso, a veces, unas cosas son correctas, pero, después, cambiando el contexto, esas mismas acciones ya no son tan convenientes o abiertamente están mal.
Pero, si vamos más allá, se confunde el debido respeto que merecen todas las personas y su derecho a opinar con la aceptación, sin más ni más, de tales opiniones. Es decir, tienes el derecho a opinar, pero eso no significa que deba aceptar lo que dices como válido. Todo esto es posible por la enorme subjetividad del relativismo. El énfasis está en el sujeto que opina sobre la realidad y no en la realidad en sí misma. Pero lo paradójico en la posición de mi interlocutor es que al decirme: “todo es relativo”, estaba produciendo una pretensión con carácter de absoluto.
Lo más peligroso de ello es que en medio de tanta relatividad, las personas en situación de vulnerabilidad no sean respetadas y su dolor sea relativizado. Por eso, cuando pensaba en los miles de inmigrantes que, cada año, pierden la vida por llegar a los Estados Unidos en busca de sus metas personales, de sus sueños; esas muertes son un dolor absoluto y contundente. La búsqueda desesperada de la libertad y del progreso no es relativa. Siempre es absoluta.
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Esta tendencia filosófica, en general, consiste en la ideología que dice que la verdad de todo conocimiento depende de las opiniones o circunstancias de las personas. Por ello, en su base está la negación de la capacidad del hombre de conocer, de apropiarse de la verdad objetiva. Así, en el campo de la moral, cada quien determina qué está bien o mal para él o ella en una situación determinada. Es decir, cada individuo o su conciencia se constituyen en el único referente posible, es decir, esta percepción de la realidad, del pensamiento, es autorreferencial.
Así, mis amigos relativistas se trastocan fácilmente en voluntaristas o en situacionistas. El voluntarismo es esa idea de que todo sucede porque yo así lo decido y ese evento soy yo el que lo juzgo. En tanto, el situacionismo toma decisiones según la situación a la que se enfrente. Por eso, a veces, unas cosas son correctas, pero, después, cambiando el contexto, esas mismas acciones ya no son tan convenientes o abiertamente están mal.
Pero, si vamos más allá, se confunde el debido respeto que merecen todas las personas y su derecho a opinar con la aceptación, sin más ni más, de tales opiniones. Es decir, tienes el derecho a opinar, pero eso no significa que deba aceptar lo que dices como válido. Todo esto es posible por la enorme subjetividad del relativismo. El énfasis está en el sujeto que opina sobre la realidad y no en la realidad en sí misma. Pero lo paradójico en la posición de mi interlocutor es que al decirme: “todo es relativo”, estaba produciendo una pretensión con carácter de absoluto.
Lo más peligroso de ello es que en medio de tanta relatividad, las personas en situación de vulnerabilidad no sean respetadas y su dolor sea relativizado. Por eso, cuando pensaba en los miles de inmigrantes que, cada año, pierden la vida por llegar a los Estados Unidos en busca de sus metas personales, de sus sueños; esas muertes son un dolor absoluto y contundente. La búsqueda desesperada de la libertad y del progreso no es relativa. Siempre es absoluta.
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